En esta obra, Juan Luis Ruiz de la Peña nos muestra que la historia de la relación entre Dios y el hombre es una historia de amor. En esta historia “creación”, “gracia” y “salvación” son las tres categorías claves o ejes que la atraviesan.
1.- La creación: un amor que da el ser
al mundo. La
doctrina de la creación supone: que Dios llama a los seres que no son para que
sean; que sostiene a las criaturas en la existencia; y la conducción de la creación
redimida a la plenitud del ser y de sentido que es la salvación. La acción
creadora de Dios manifiesta el modo de ser que es el amor, el cual se da y se
comunica de manera libre y gratuita. Dios es amor, y lo propio del amor es darse a sí mismo. La doctrina cristiana de la creación no se
refiere a la pregunta por el origen del mundo y de los seres que lo habitan,
sino sobre el fundamento y el sentido último de lo que existe. Responde al ¿por
qué? y al ¿para qué? y no al ¿cómo? ni al ¿cuándo? El por qué, es el amor
divino que autocomunica el ser; el para
qué, es el mismo amor en tanto que
salvador y planificador de todo lo creado.
La
fe y la confianza en el Dios creador son posteriores a la reflexión y a la
creencia en la capacidad salvadora de Dios. La idea de creación está
subordinada a la de salvación, en el sentido de que la creación es para la
salvación. Pero ¿qué se entiende por crear? La creación se entiende cómo hacer
que surja algo de la nada, que posibilite un proceso de autodesarrollo
progresivo o evolutivo. Para haber evolución antes debió de crearse algo. Es
precisamente Dios quien da a las criaturas el ser y la potencialidad de que se
mantengan en un constante devenir. La doctrina cristiana de la creación y la de
la evolución se complementa, no se contradicen. El cristianismo no admite la
existencia de dos principios eternos y hostiles como plantea el dualismo, sino
que en el origen de todo lo creado está Dios, el único ser creador. Tampoco cree
que todo sea uno y lo mismo, ni eterno como sostiene el monismo. Del mismo
modo, tampoco está de acuerdo con la idea de que todo lo real es material como
plantea el fisicalismo reduccionista. No hay que olvidar que la creación no es
una teoría científica, sino un misterio de fe. La fe en la creación implica una
metafísica del amor, ya que Dios es libre y es amor, y crea por amor. Para el
cristianismo el tiempo es historia de salvación y toda la creación es fruto del
amor gratuito de Dios.
2.- El hombre: hacia la recomposición de
la imagen. La imagen del
hombre que se mantuvo integra e intacta durante mucho tiempo, se ha ido
fragmentando últimamente. Hoy no existe un consenso, acerca de lo qué es el hombre,
por el contrario, existen muchas imágenes, algunas de ellas opuestas. Ante esta
realidad se hace necesario recuperar o recomponer los rasgos básicos de la
imagen del hombre. Para ello, hay que responder a las preguntas: ¿qué es el
hombre?, ¿quién es el hombre? y ¿cómo es el hombre? La repuesta que la fe
cristiana da a estas interrogantes son las siguientes: primero, el hombre es
uno en cuerpo y alma; segundo, el hombre es una persona, no es una cosa, es alguien y; tercero, el
hombre por el hecho de ser persona es también libre y viceversa.
Además
de la concepción del hombre, otro rasgo distintivo de la antropología cristiana
es la idea de la justificación, la gracia y de la salvación consumada, que supone
la respuesta a las tres preguntas anteriores. La gracia no prescinde de la naturaleza,
sino que la supone, no obstante, esta ya está previamente atravesada por la
gracia. Para que la antropología cristiana contribuya a construir la identidad
del hombre de hoy, es necesario que tome en cuenta en su reflexión, aunque con discernimiento
crítico, el discurso contemporáneo sobre la condición humana. Además de esto,
la antropología cristiana tiene la tarea de hacer entender al discurso profano,
que la respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?, sólo puede plantearse
pertinentemente cuando se hace en relación y admitiendo la pregunta que Dios le
hace al hombre: ¿dónde está tu hermano? Estas dos cuestiones están recogidas en
el salmo 8. Dios se acuerda del hombre; la labor de la antropología cristiana consiste
en sostener que no hay memoria de Dios sin memoria del hombre, y que nadie
puede acordarse de sí mismo sin recordar a su hermano. Conoce y confiesa a Dios
únicamente aquel que lo reconoce y lo reverencia encarnado en la persona
humana.
3.- Hombre y Dios, libertad y gracia. El hombre es
imagen de Dios, creado para establecer un dialogo histórico-salvífico dentro de
una relación interpersonal. Esa relación se hace posible en el marco de las
libertades que ostenta cada una de las partes. Dios es supremamente libre y también
el hombre que es imagen suya. El ser humano es libre para darse o para
rehusarse, y para acoger y rechazar a su
prójimo. Es responsabilidad suya el tener que responder al otro. El hombre,
creatura de Dios, es libre también ante su creador. La relación libre entre
Dios y el hombre, se opone a las propuestas contemporáneas, que ven en Dios una
amenaza para la libertad y la realización del hombre, y que por tanto, exigen
negar o matar a Dios para afirmar al hombre. Tampoco se trata como sostenía
Pelágio de negar la gracia de Dios para afirmar la libertad del hombre o
viceversa. Agustín afirmará que ni la
libertad sola, ni la gracia sola, sino que para la salvación del hombre es
necesaria la libertad con la gracia.
La
gracia es el amor infinito de Dios dándose y a la vez la indigencia o necesidad
del hombre colmándose de ese amor divino. El concepto de gracia no se refiere a
una cosa, sino a una relación o intercambio entre dos seres personales. La relación
libertad-gracia, es dialéctica, ya que el ser humano es libre y a la vez
dependiente y necesitado de la gracia de
Dios. En este acto de amor, Dios desciende al hombre en la Encarnación, y el
hombre asciende a Dios. La gracia capacita al hombre para que realice actos o
virtudes que son incapaces de realizarse sin ella. La relación entre la libertad del hombre y la
gracia de Dios se da desde el amor. A través de la gracia Dios se da a sí
mismo, y el hombre responde libremente amando. La muerte de Dios, su ausencia
en la historia, no promete ser muy optimista y alentadora; y tampoco el hombre
sin Dios se vuelve más humano como piensan las antropologías no teístas. La
afirmación de Dios no niega al hombre, por el contrario, lo afirma, ya que sólo
con Dios puede el ser humano realizarse. La suma felicidad del ser humano sólo se
dará allí donde este ser se encuentre con un Tú supremo. El hombre es más
persona, según sea más libre, y es más libre según se vaya acercando a su
finalidad: la comunión con Dios. El fin del hombre es ser colmado por la acogida
responsable del amor de Dios. El hombre ha sido creado como ser consciente,
libre, inteligente, amante, para poder asentir a la oferta divina de
autodonación. En la medida que alcanza
esa finalidad, alcanza la salvación.
4.-Salvación: una existencia agraciada. Hasta ahora, se
ha venido repitiendo la idea de que Dios ama al hombre. Su amor está en el
comienzo, ya que creó por amor; y al final, ya que Dios lo salva o lleva a la
plenitud también por amor. Independientemente de la actitud o respuestas del ser humano a Dios, éste no
le retira su amor. El hombre que es imagen de Dios, ha sido puesto en la
existencia para participar del mismo ser de Dios. La finalidad del proyecto de
Dios para el hombre es su existencia agraciada o su salvación. El concepto de
gracia es propio y específico de la religión cristiana; pero el de salvación
no; ellos tienen en común, que hoy en día no
son populares.
Independientemente, el hombre de hoy desea ser feliz, que es lo mismo
que decir, la salvación. La doctrina de salvación ha enfrentado ciertos
problemas, como su formulación en un lenguaje anacrónico y exotérico, que no le
dice mucho a la gente de hoy.
Existen
unos problemas que ameritan la necesidad de salvación: la crisis
medioambiental, la quiebra de los modelos éticos universalmente validos; y un
rebrote de nihilismo teórico radical. Es necesario relanzar el discurso
cristiano sobre la salvación a fin de hacerlo significativo a las personas de
hoy, ofreciéndoles respuestas a estos problemas. El cristianismo afirma que en Jesús
se realiza la salvación y que él mismo es la salvación. La salvación que
anuncia Jesús es amor gratuito desde la nada, incluyendo a los desgraciados,
desprovistos y marginados de la sociedad; que se consuma en la justificación.
La vida, la muerte y la resurrección de Jesús
son afirmación de la vida, y consecuencia del su amor y entrega para la salvación de las
personas. La salvación consistirá, pues,
en esa vida entregada por Jesús, recuperada por su resurrección y acogida por
nosotros en la libre respuesta de la fe y el amor. La salvación no brota ni de
la cruz sola y de la resurrección sola, sino del acontecimiento pascual donde
cruz y resurrección están unidos. La soteriología cristiana es derrota y victoria,
cruz y resurrección. Sólo cuando comprendemos nuestra vida como un don recibido
de Dios, podemos autodonarnos a los
demás.
Referencia bibliográfica:
RUIZ DE LA PEÑA,
Juan L.: Creación, gracia y salvación. Sal Terrae, Santander, 1993, 142 pp.
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