Por: Rafael Frías Reynoso
El tema que hemos elegido para esta reflexión es: la eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. ¿Por qué he elegido este tema y no otro? Pienso que hoy, muchos de los creyentes no vivimos o no le concedemos el significado, el valor y el lugar que ocupa el sacramento de la eucaristía en la vida de los cristianos. Con frecuencia la gente asiste a la celebración de este sacramento de una forma pasiva y silenciosa, sin una participación consiente y responsable. Por otro lado, parece que existe una separación entre la eucaristía y la vida de las personas . De hecho, la falta de testimonio o coherencia entre lo que se predica y celebra, y el modo de vida, ha hecho que la fe cristiana haya ido perdiendo credibilidad ante las personas. Se cuestiona mucho el hecho de que los cristianos predicamos a un Cristo vivo, pero no vivimos como resucitados. El hombre y la mujer contemporáneos piden signos concretos que acrediten la predicación del mensaje cristiano . ¿Por qué nos hemos quedado sólo en el precepto eclesiástico de asistir a la misa, y no cumplimos el mandato de Jesús de hacer lo que él hizo ? Ante esta y otras realidades, debemos preguntarnos si realmente la eucaristía constituye la fuente y el culmen de la vida cristiana. De ser así, debemos hacernos la siguiente pregunta ¿por qué la eucaristía hoy no transforma la vida de algunas personas?
Nuestros objetivos en esta reflexión son: primero, mostrar por qué la Eucaristía constituye la fuente y culmen de la vida cristiana; segundo, conocer qué implicaciones se desprenden de esa afirmación para la praxis cristiana; y tercero, conocer cuál es la relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana.
Para llevar a cabo estos objetivos, hemos dividido este trabajo en tres partes. En la primera parte, enmarcaremos la eucaristía dentro de la sacramentología general, a fin de saber qué es, en cuanto sacramento, quién la instituyó y cuándo lo hizo. En la segunda parte, abordaremos la eucaristía, como “fuente y culmen de la vida cristina” y sus implicaciones para la vida de las personas. En la tercera parte, presentaremos la relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana. Y, finalmente, presentaremos las conclusiones que arroje el análisis del tema en cuestión.
2. El sacramento de la eucaristía
a. Concepción de los sacramentos
Antes que nada, lo primero que tenemos que preguntarnos es ¿qué son los sacramentos?, para saber a qué nos referimos. Según Ramón Arnau , el término sacramento viene del latín sacramentum, que a su vez emerge del término griego mysterion. En el mundo de las religiones paganas, el término mysterion tenía una doble significación. Plantea Arnau que, por un lado, hacía referencia a las religiones iniciáticas de índole mistérica; por otra parte, se refería a las religiones conceptuales de corte filosófico, tales como el movimiento órfico-pitagórico. En el nuevo testamento, el término mysterion es usado por San Pablo para hacer referencia a Cristo como “el misterio salvífico de Dios”. Entendido así, el mysterion alude al carácter soteriológico de la revelación del misterio de Dios, y al desvelamiento o manifestación de la voluntad del Padre a los hombres, realizado por Jesucristo. El misterio, que constituye la persona de Cristo se expresa a través de su crucifixión y de su resurrección.
Los padres orientales asumieron la concepción paulina del mysterion, para referirse “a los medios por los cuales llega hasta el hombre la voluntad salvífica del Padre obrada por el Hijo ”. Sin embargo, los Padres occidentales emplearon ese término para referirse a la verdad de Dios o a las verdades de fe, mientras que para hacer referencia a la operatividad santificante de Dios sobre los hombres, a través de signos sensibles, usaron el término latino sacramentum. Aunque muchas veces el término sacramentum se usa como sinónimo de mysterion, a partir de mediados del siglo XII, este término se relacionó de un modo más estrecho con los siete ritos que hoy llamamos sacramentos. Santo Tomás siguiendo a san Agustín afirma que “el sacramento es un signo sagrado ”. En ese mismo orden, el Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que “los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo ”.
Los sacramentos en tanto, que signos, son acciones simbólicas en el sentido de que “son imágenes a través de las cuales se manifiesta como realidad operativa el designio salvífico de Dios ”. En concordancia con esto, Espeja sostiene que “los sacramentos son símbolos que actualizan la presencia de Jesucristo en la humanidad” . El ser humano, en tanto que creatura, no puede mantener una relación personal inmediata con Dios. Según Schillebeeckx, la comunión o encuentro del hombre con Dios, sólo es posible desde un acercamiento benévolo de Dios a nosotros, a través de signos sensibles. Estos signos sensibles son los sacramentos, que “son el modo específicamente humano del encuentro con Dios” . Como ya expresa el Catecismo, los sacramentos son siete: bautismo, confirmación, Eucaristía, unción de los enfermos, reconciliación, matrimonio y orden sacerdotal. ¿Cuál es la estructura de los sacramentos?
Los sacramentos están compuestos de materia y forma. La materia es el signo sensible, externo, perceptible por los sentidos. La forma son las palabras que dice el ministro a la hora de conferir el sacramento. La materia del sacramento de la eucaristía son el pan y el vino, mientras que la forma son las palabras que pronuncia el ministro ordenado en el momento de la consagración. Los sacramentos son eficaces, es decir, realizan lo que significan. Pero no son eficaces por sí mismos, sino que “son eficaces porque son símbolos donde se manifiesta, se hace presente la vida de Jesucristo y de su comunidad” . Dicho de otro modo, son eficaces en virtud de la obra de Cristo (ex opere operato a Chisti) , siempre y cuando las personas no pongan ningún obstáculo. “Los sacramentos no sólo presuponen la fe, sino que por la palabra y la acción también la alimentan, la robustecen y la muestran ”. Dios nos comunica su gracia de un modo especial a través de los sacramentos, sin embargo, estos no son los únicos medios para ello. b. Sobre la institución del sacramento de la eucaristía Santo Tomás de Aquino plantea que Dios es el único que puede causar la gracia sacramental, por tanto, él es el único que tiene la capacidad de instituir los sacramentos . El magisterio de la iglesia en el concilio de Trento afirmó que “todos y cada uno de los siete sacramentos han sido instituidos por el Jesucristo” , lo cual fue reafirmado por el Papa Pio XII, en la Constitución Apostólica Sacramentum ordinis. Respecto a este tema, el Catecismo de la iglesia en el numero 1210 afirma que “los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete a saber, Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio”. Por tanto, podemos concluir que la eucaristía, en tanto que sacramento, fue instituida por el mismo Jesucristo. Ahora tenemos que preguntarnos ¿en qué momento Jesucristo instituyó la eucaristía?
El momento de la institución de la eucaristía no sólo se remonta a la última cena, la cual se produjo en el contexto de la pascua judía, sino también a otros momentos comensales de Jesús, como son las comidas del Jesús histórico (cf. Mc 6, 30-44; Mt 14, 13-21; Lc 9, 10-17; Jn 6, 3-15; las parábolas del banquete del reino: Mt 22, 1-14 y Lc 14, 15-24); que están en función de la llegada del reino de Dios, y las comidas con el Señor resucitado (cf. Hch 2, 42-47; los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35; y Jn 21, 1-14) . Aunque las comidas comensales del Jesús histórico constituyen un precedente con relación a la eucaristía, su institución nos remite directamente al acontecimiento o misterio pascual, ya que como dice Borobio, la eucaristía constituye “el centro sacramental actualizante del mismo misterio central de la historia: el misterio pascual ”. Los relatos bíblicos donde se narra la institución de la eucaristía se encuentran en el evangelio de Mateo (26, 26-29), Marcos (14, 22-25) y Lucas (22, 15-20). Ellos aluden a las palabras y gestos de Jesús en la última cena: “y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo. » Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: « Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos” (Mc, 14, 22-24). El apóstol Pablo al darnos su testimonio, también corrobora este dato al manifestarnos lo que recibió: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: « Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. » Asimismo también la copa después de cenar diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bibiéreis, hacedlo en recuerdo mío. » Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11, 23-26). Sin lugar a duda, la eucaristía fue instituida por el mismo Cristo en la última cena, como un memorial de su pasión, muerte y resurrección, que debe ser celebrado hasta su venida gloriosa. El concilio Vaticano II, haciéndose eco de lo dicho en la Sagradas Escrituras, expresa: “Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” . Una vez visto qué es la eucaristía en cuanto sacramento, su origen cristológico, y el momento en que fue instituida, trataremos de indagar ¿por qué la eucaristía y no otro sacramento, constituye la “fuente y el culmen de la vida cristiana”?, y ¿qué consecuencias tiene eso para la praxis cristiana? 3. La eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana” Como hemos dicho, los sacramentos son signos sensibles a través de los cuales nos encontramos con Dios y se nos comunica la gracia, de modo que son momentos privilegiados. Sin embargo, la eucaristía constituye “el sacramento de los sacramentos de la iglesia, en el que se centra y concentra la totalidad de la vida cristiana ”, por tal razón, el Concilio Vaticano II no duda en llamarle “fuente y culmen de la vida Cristiana ”. Tanto el Catecismo de la iglesia en el número 1324, como la encíclica “Eclesia De Eucharistia” en el número 1, se han hecho eco de esta afirmación. Tal y como hemos mostrado, la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Según Borobio, en ella Jesús interpreta su muerte como la manifestación más plena del reino de Dios, que reclama o implica la disposición para entregar la propia vida. Los gestos sobre el pan y el vino, unidos a las palabras que pronuncia Jesús, tienen un significado real simbólico y anticipatorio de la entrega y autodonación de su propia vida para la salvación del mundo. Su entrega en pan y vino es el anticipo de su entrega en la cruz, por amor, para la reconciliación de todos los hombres. La predicación de Jesús y las obras que realizó a lo largo de su vida, en función de la llegada del reino de Dios, lo lleva a su plena y escatológica realización con su sacrificio en la cruz . ¿Por qué la eucaristía constituye la fuente culmen de la vida cristiana?
Primero, porque “la eucaristía, en cuanto memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, es la actualización permanente de aquella entrega por amor y para la reconciliación de todos los hombres con Dios que la iglesia celebra, que tiene su punto culminante en el misterio pascual, en la nueva alianza en su sangre” . La eucaristía constituye la nueva pascua y la nueva alianza en la comunidad cristiana, donde se actualiza la liberación salvadora realizada de una vez y por siempre por el sacrificio de Cristo en la cruz.
Segundo, porque aunque todos los sacramentos, como hemos dicho, son signos visibles de la gracia y presencia de Dios, es en la eucaristía donde se manifiesta el «amor más grande», ya que es “el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” . En cada uno de los sacramentos Cristo nos regala una gracia, pero la eucaristía “es el sacramento en el que no sólo se da la gracia sino el autor de la gracia” . Por tanto, constituye el sacramento por antonomasia, o como ya hemos dicho, el sacramento de los sacramentos.
Tercero, porque como plantea Aldazábal, después de la muerte de Cristo, en su nueva manera de existencia gloriosa, el modo de encuentro y comunión con su comunidad va a ser el pan y el vino, que son su cuerpo y su sangre, con todo lo que eso implica de bendición, nueva alianza y participación de su destino escatológico . “En la celebración eucarística Cristo hace participar a sus fieles de la nueva y escatológica alianza, renovando la relación de amor con Dios Padre ” Y cuarto, porque todos los demás sacramentos, obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la eucaristía . Este es el sacramento central de nuestra fe, dado que es el misterio del amor de Dios y de la presencia constante de Cristo. Es el misterio de un Dios que nos alimenta y nos promete siempre estar con nosotros. De ahí que la eucaristía es la “cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” . Como afirma la Presbyterorum Ordinis en el número 5, la eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. Ahora deseamos presentar algunos aspectos de la eucaristía, que de alguna manera ya se han mencionados implícitamente, sin embargo, creemos que hay que destacarlos porque nos ayudan a comprender mejor la centralidad del sacramento de la eucaristía en la vida cristiana. La eucaristía, memorial de la pascua. Según Borobio, el memorial hace referencia a la contemporaneidad de un acontecimiento pasado respecto a la comunidad celebrante en el presente, que participando de su dinamismo salvador, se ve proyectada hacia el futuro escatológico. De este modo la eucaristía “constituye el punto de conexión en el que el pasado salvífico (contenido de la memoria), el presente actual (comunidad celebrante) y el futuro escatológico (convite mesiánico) se encuentran y coinciden en un mismo acontecimiento (la pascua) que siendo histórico es también metahistórico” , ya que es un misterio. La eucaristía, banquete fraterno. La eucaristía es un banquete o comida fraterna, que tiene un aspecto celebrativo y gozoso. En ella se produce la comunión con lo divino, es decir, la unión personal con Cristo, la unión de los cristianos entre sí y con toda la iglesia. Desde este punto de vista, no es raro que entre los primeros nombres que tenía la eucaristía se hayan: la mesa compartida, la fracción del pan y cena del Señor . La eucaristía, sacramento del sacrificio. Borobio también sostiene que existe un vínculo directo entre inmolación y eucaristía, la cual es representación de la autodonación de Cristo. En la eucaristía Cristo entrega su vida para la salvación del mundo, por la expiación de nuestros pecados, se produce una nueva alianza entre Dios y su pueblo, se perdonan los pecados de los hombres y se produce una reconciliación. Cada vez que se celebra la eucaristía se actualiza el único sacrificio de Cristo. La eucaristía, presencia transformante. Espeja expresa que en la eucaristía está la presencia real de Cristo, fruto de la transubstanciación. Según santo Tomás , después de la consagración del pan y el vino, permanecen los accidentes, sabor, color, etc, pero no la sustancia de esos elementos; la cual se transforma en el cuerpo y la sangre de Cristo, una nueva realidad que es fuente de gracia para los fieles. La eucaristía, acción de gracias. Según el Catecismo de la iglesia, la eucaristía es un sacrificio de acción de gracias y alabanza por todo lo bueno, bello y justo que ha hecho Dios en la creación, en la humanidad y en la vida de cada uno. También tenemos que señalar algunos de los frutos de la eucaristía según el Catecismo de la iglesia: la unión íntima con Cristo; conserva, acrecienta y renueva la vida de la gracia; nos separa y preserva del pecado, entre otros. Lo que hemos visto hasta ahora, aunque no es todo lo que se puede argumentar, pienso que es suficiente para responder a la pregunta ¿por qué la eucaristía constituye la fuente, y la cumbre, cima o culmen de la vida cristiana. De todos modos, creo que la siguiente cita resume el sustrato de lo que hemos dicho hasta ahora: “El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan ”. a. Implicaciones de la eucaristía para la praxis cristiana Como hemos planteado en la introducción, hoy no es raro ver a personas que “participan” del memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, sin que se produzca ningún cambio en sus vidas. Al parecer, asisten al culto, pero no existe un real seguimiento de Jesús. Con frecuencia separamos el sacramento del altar, del sacramento del hermano, y no caemos en la cuenta que, celebrar el memorial de Cristo implica nuestro compromiso y anhelo por el reino de Dios, que se debe traducir en la preocupación por los más débiles, los más pobres y marginados de nuestra sociedad. Por tanto, no se puede compartir el pan entregado por la vida del mundo y seguir insensibles ante tanta miseria y tanta muerte, aferrándonos a nuestro individualismo . Por consiguiente, “la eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres” Los sacramentos no son actos mágicos, o como advierte Jesús Espeja, “una cosa que se nos pega o un revoque por fuera, sino un acontecimiento entre personas, una experiencia singular” del Dios que es amor, y que se nos da y nos transforma para vivir con él y como él. En este sentido, en la eucaristía se descubre la plena manifestación del inmenso amor de Dios que llega hasta nosotros, permanece con nosotros y nos compromete e impulsa a amarle a él y a los demás. De ahí que celebrar y vivir en verdad la eucaristía ha de llevarnos a amar a todos como Cristo nos amó, hasta el extremo . Dado que en la eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a él, a sus sentimientos y actitudes, y quien está unido a él, quien celebra la eucaristía con él, quien come su Cuerpo y bebe su Sangre, acoge también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de amor y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas y, en definitiva, debe andar como él anduvo . Jesús en el momento de su despedida nos dio un ejemplo, que quiso que quedara como un legado: se desprendió de su manto, y le lavo los pies a sus discípulos, para enseñarnos a servir y a amar a los demás. Espeja señala que en la eucaristía, los cristianos celebramos este culto nuevo que postula a seguir a Jesucristo en el empeño por transformar la sociedad. Por tanto, cada vez que la celebramos debemos actualizar en nuestras propias vidas el cuerpo que se entrega y la sangre que se derrama por muchos. En Jesús el amor y la entrega son inseparables del compromiso por construir una sociedad más justa, por consiguiente, tampoco debe ser inseparable en lo que seguimos a Jesús, pues quien no practica la justicia no conoce a Dios (1 Jn 2, 29). Cuando comulgamos en la eucaristía, asumimos el compromiso de recrear el espíritu y la conducta de Jesús en nuestras comunidades. En este sentido, la celebración del memorial de la pasión muerte y resurrección de Cristo, conlleva que entremos en intimidad con el Padre, que nos dediquemos a la llegada del reino, y que entreguemos la propia persona en actitud de servicio humilde . No podemos participar activa y conscientemente del misterio pascual, sin que suceda algo en nuestras vidas, y sin que eso se traduzca en un compromiso por transformar el entorno donde vivimos, pues, como dice san Pablo “esto no es celebrar la cena del Señor” (1, Cor 11,20). De acuerdo a lo que señala Martínez García , participar de la eucaristía no es asistir porque es un precepto de la iglesia, ni porque es una celebración social arbitraria de acontecimientos personales, familiares y cívicos. Si la eucaristía no nos mueve al cambio y a la acción, es porque ella no está siendo la fuente y el culmen de nuestras vidas. En un mundo que exige gestos concretos, que nos reclama que el mensaje cristiano esté acreditado con el testimonio de vida; la eucaristía, en tanto que memorial debe ayudarnos a superar la compresión mágica de la acción salvadora y el peligro de repetición historicista del único sacrificio de Cristo. Por el contrario, debe inducirnos a vivir la eucaristía como presencia dinámica e aplicativa del misterio, que actúa en el “ya” de la comunidad concreta, pero que “todavía” debe manifestarse en su plenitud” . Por último, cabe destacar, que la eucaristía debe impulsarnos a la misión. En este sentido, hay que afirmar que “la eucaristía es el lugar privilegiado de renovación y de compromiso de la misión” . De este modo constituye el momento de tomar conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación del reino de Dios en el mundo. Como dice Borobio, es imposible que eucaristía alimente la fe y no lleve a comunicarla, y que suponga un testimonio y no nos lleve a ser testigos. Si no está siendo así en nuestras vidas, entonces tenemos que discernir si estamos conscientes de lo que celebramos en la eucaristía y de sus implicaciones. 4. Relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana Esta última parte de esta reflexión la hemos dedicado a responder brevemente el tercer objetivo que nos hemos propuesto: conocer cuál es la relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana. Aunque la eucaristía constituye la fuente y el culmen de la vida cristiana, no prescinde ni está separada de los demás sacramentos, sobre todo de los de iniciación cristiana, sino que supone estos. Según plantea Jesús Espeja, la iniciación cristiana es el proceso que sigue la persona para conocer, incorporarse y participar de la vida de la comunidad creyente que llamamos iglesia. Este proceso debe comenzar con la inquietud del candidato que se interesa por el modo de ser de los cristianos y culmina con tres ritos simbólicos que son los sacramentos de iniciación: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. El proceso que se hacía en los primeros siglos de la iglesia para preparar e introducir a las personas adultas en la iglesia se llamaba “catecumenado”, el cual concluía con la celebración de los tres sacramentos mencionados . El libro de los Hechos (8, 4-16), nos narra cómo algunas personas después de ser bautizadas por Felipe, luego fueron confirmadas por Pedro y Juan, comunicándoles el Espíritu Santo; quienes (aunque no lo dice, he de suponer), que luego participaron de la mesa compartida. El bautismo es el primer sacramento, con el cual las personas aceptan la palabra, se ponen en camino hacia la comunidad de Jesucristo, la cual abre sus puertas y le ofrece su dinamismo vital. El bautismo equivale al nacimiento de la persona a la vida espiritual. Por eso, “los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia” . A través de la confirmación ratificamos nuestro deseo y compromiso de seguir a Cristo. Según plantea el Catecismo de la iglesia, por este sacramento los bautizados se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Por su parte, la eucaristía, como hemos dicho, es el centro de los que se han incorporado y han confirmado su fe, que “participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica ” Es importante tener en cuenta que los tres sacramentos de iniciación cristiana son inseparables, es decir, están íntimamente relacionados o vinculados. Los tres insertan a las personas de forma plena en la comunidad cristiana. Según el Catecismo de la Iglesia, “la Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor ”. En este mismo orden, García Paredes , sostiene que la eucaristía constituye el sacramento conclusivo de la iniciación cristiana, y a la vez es, como hemos mostrado, la fuente y cima de la vida cristiana. 5. Conclusión La eucaristía, en tanto que sacramento, es un signo visible de la gracia y presencia de Dios. Este sacramento instituido por el mismo Cristo en la última cena, presume el bautismo y la confirmación, y culmina el proceso de iniciación cristina. A la vez constituye la fuente y cima de la vida cristiana, porque es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor; en ella se nos manifiesta el amor más grande, que es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre; en ella, además de la gracia, se nos da el mismo autor de la gracia; es el nuevo modo de encuentro y comunión con su comunidad, a través del pan y el vino; y porque todos los demás sacramentos, obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la ella. En definitiva, la eucaristía, es memorial pascual, banquete fraterno, sacrificio, acción de gracias y presencia transformante. No se puede participar consiente y activamente de ese gran misterio pascual (que contiene todo el bien espiritual de la iglesia), sin que se produzca una transformación personal que incida en la sociedad donde vivimos. Si la eucaristía no produce un cambio en nuestras vidas, es porque no estamos conscientes de lo que celebramos, ni de lo que ello implica, o porque la hemos reducido a un rito. Celebrar la eucaristía es actualizar el misterio pascual, que supone realizar la misión que se nos ha encomendado; recrear el espíritu de Jesús en nuestras vidas; nuestra preocupación por los valores del reino, y dar la propia vida. Dado que los sacramentos no son actos mágicos, es necesario nuestro esfuerzo personal y que nos abramos a la vida de la gracia, asumiendo la responsabilidad que implica el seguimiento de Jesús. Solo así, la predicación del mensaje cristiano puede atraer y seducir a aquellos que todavía no han hecho la opción radical de seguir a Jesús.
2. El sacramento de la eucaristía
a. Concepción de los sacramentos
Antes que nada, lo primero que tenemos que preguntarnos es ¿qué son los sacramentos?, para saber a qué nos referimos. Según Ramón Arnau , el término sacramento viene del latín sacramentum, que a su vez emerge del término griego mysterion. En el mundo de las religiones paganas, el término mysterion tenía una doble significación. Plantea Arnau que, por un lado, hacía referencia a las religiones iniciáticas de índole mistérica; por otra parte, se refería a las religiones conceptuales de corte filosófico, tales como el movimiento órfico-pitagórico. En el nuevo testamento, el término mysterion es usado por San Pablo para hacer referencia a Cristo como “el misterio salvífico de Dios”. Entendido así, el mysterion alude al carácter soteriológico de la revelación del misterio de Dios, y al desvelamiento o manifestación de la voluntad del Padre a los hombres, realizado por Jesucristo. El misterio, que constituye la persona de Cristo se expresa a través de su crucifixión y de su resurrección.
Los padres orientales asumieron la concepción paulina del mysterion, para referirse “a los medios por los cuales llega hasta el hombre la voluntad salvífica del Padre obrada por el Hijo ”. Sin embargo, los Padres occidentales emplearon ese término para referirse a la verdad de Dios o a las verdades de fe, mientras que para hacer referencia a la operatividad santificante de Dios sobre los hombres, a través de signos sensibles, usaron el término latino sacramentum. Aunque muchas veces el término sacramentum se usa como sinónimo de mysterion, a partir de mediados del siglo XII, este término se relacionó de un modo más estrecho con los siete ritos que hoy llamamos sacramentos. Santo Tomás siguiendo a san Agustín afirma que “el sacramento es un signo sagrado ”. En ese mismo orden, el Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que “los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo ”.
Los sacramentos en tanto, que signos, son acciones simbólicas en el sentido de que “son imágenes a través de las cuales se manifiesta como realidad operativa el designio salvífico de Dios ”. En concordancia con esto, Espeja sostiene que “los sacramentos son símbolos que actualizan la presencia de Jesucristo en la humanidad” . El ser humano, en tanto que creatura, no puede mantener una relación personal inmediata con Dios. Según Schillebeeckx, la comunión o encuentro del hombre con Dios, sólo es posible desde un acercamiento benévolo de Dios a nosotros, a través de signos sensibles. Estos signos sensibles son los sacramentos, que “son el modo específicamente humano del encuentro con Dios” . Como ya expresa el Catecismo, los sacramentos son siete: bautismo, confirmación, Eucaristía, unción de los enfermos, reconciliación, matrimonio y orden sacerdotal. ¿Cuál es la estructura de los sacramentos?
Los sacramentos están compuestos de materia y forma. La materia es el signo sensible, externo, perceptible por los sentidos. La forma son las palabras que dice el ministro a la hora de conferir el sacramento. La materia del sacramento de la eucaristía son el pan y el vino, mientras que la forma son las palabras que pronuncia el ministro ordenado en el momento de la consagración. Los sacramentos son eficaces, es decir, realizan lo que significan. Pero no son eficaces por sí mismos, sino que “son eficaces porque son símbolos donde se manifiesta, se hace presente la vida de Jesucristo y de su comunidad” . Dicho de otro modo, son eficaces en virtud de la obra de Cristo (ex opere operato a Chisti) , siempre y cuando las personas no pongan ningún obstáculo. “Los sacramentos no sólo presuponen la fe, sino que por la palabra y la acción también la alimentan, la robustecen y la muestran ”. Dios nos comunica su gracia de un modo especial a través de los sacramentos, sin embargo, estos no son los únicos medios para ello. b. Sobre la institución del sacramento de la eucaristía Santo Tomás de Aquino plantea que Dios es el único que puede causar la gracia sacramental, por tanto, él es el único que tiene la capacidad de instituir los sacramentos . El magisterio de la iglesia en el concilio de Trento afirmó que “todos y cada uno de los siete sacramentos han sido instituidos por el Jesucristo” , lo cual fue reafirmado por el Papa Pio XII, en la Constitución Apostólica Sacramentum ordinis. Respecto a este tema, el Catecismo de la iglesia en el numero 1210 afirma que “los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete a saber, Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio”. Por tanto, podemos concluir que la eucaristía, en tanto que sacramento, fue instituida por el mismo Jesucristo. Ahora tenemos que preguntarnos ¿en qué momento Jesucristo instituyó la eucaristía?
El momento de la institución de la eucaristía no sólo se remonta a la última cena, la cual se produjo en el contexto de la pascua judía, sino también a otros momentos comensales de Jesús, como son las comidas del Jesús histórico (cf. Mc 6, 30-44; Mt 14, 13-21; Lc 9, 10-17; Jn 6, 3-15; las parábolas del banquete del reino: Mt 22, 1-14 y Lc 14, 15-24); que están en función de la llegada del reino de Dios, y las comidas con el Señor resucitado (cf. Hch 2, 42-47; los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35; y Jn 21, 1-14) . Aunque las comidas comensales del Jesús histórico constituyen un precedente con relación a la eucaristía, su institución nos remite directamente al acontecimiento o misterio pascual, ya que como dice Borobio, la eucaristía constituye “el centro sacramental actualizante del mismo misterio central de la historia: el misterio pascual ”. Los relatos bíblicos donde se narra la institución de la eucaristía se encuentran en el evangelio de Mateo (26, 26-29), Marcos (14, 22-25) y Lucas (22, 15-20). Ellos aluden a las palabras y gestos de Jesús en la última cena: “y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo. » Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: « Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos” (Mc, 14, 22-24). El apóstol Pablo al darnos su testimonio, también corrobora este dato al manifestarnos lo que recibió: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: « Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. » Asimismo también la copa después de cenar diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bibiéreis, hacedlo en recuerdo mío. » Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11, 23-26). Sin lugar a duda, la eucaristía fue instituida por el mismo Cristo en la última cena, como un memorial de su pasión, muerte y resurrección, que debe ser celebrado hasta su venida gloriosa. El concilio Vaticano II, haciéndose eco de lo dicho en la Sagradas Escrituras, expresa: “Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” . Una vez visto qué es la eucaristía en cuanto sacramento, su origen cristológico, y el momento en que fue instituida, trataremos de indagar ¿por qué la eucaristía y no otro sacramento, constituye la “fuente y el culmen de la vida cristiana”?, y ¿qué consecuencias tiene eso para la praxis cristiana? 3. La eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana” Como hemos dicho, los sacramentos son signos sensibles a través de los cuales nos encontramos con Dios y se nos comunica la gracia, de modo que son momentos privilegiados. Sin embargo, la eucaristía constituye “el sacramento de los sacramentos de la iglesia, en el que se centra y concentra la totalidad de la vida cristiana ”, por tal razón, el Concilio Vaticano II no duda en llamarle “fuente y culmen de la vida Cristiana ”. Tanto el Catecismo de la iglesia en el número 1324, como la encíclica “Eclesia De Eucharistia” en el número 1, se han hecho eco de esta afirmación. Tal y como hemos mostrado, la eucaristía fue instituida por Cristo en la última cena. Según Borobio, en ella Jesús interpreta su muerte como la manifestación más plena del reino de Dios, que reclama o implica la disposición para entregar la propia vida. Los gestos sobre el pan y el vino, unidos a las palabras que pronuncia Jesús, tienen un significado real simbólico y anticipatorio de la entrega y autodonación de su propia vida para la salvación del mundo. Su entrega en pan y vino es el anticipo de su entrega en la cruz, por amor, para la reconciliación de todos los hombres. La predicación de Jesús y las obras que realizó a lo largo de su vida, en función de la llegada del reino de Dios, lo lleva a su plena y escatológica realización con su sacrificio en la cruz . ¿Por qué la eucaristía constituye la fuente culmen de la vida cristiana?
Primero, porque “la eucaristía, en cuanto memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, es la actualización permanente de aquella entrega por amor y para la reconciliación de todos los hombres con Dios que la iglesia celebra, que tiene su punto culminante en el misterio pascual, en la nueva alianza en su sangre” . La eucaristía constituye la nueva pascua y la nueva alianza en la comunidad cristiana, donde se actualiza la liberación salvadora realizada de una vez y por siempre por el sacrificio de Cristo en la cruz.
Segundo, porque aunque todos los sacramentos, como hemos dicho, son signos visibles de la gracia y presencia de Dios, es en la eucaristía donde se manifiesta el «amor más grande», ya que es “el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” . En cada uno de los sacramentos Cristo nos regala una gracia, pero la eucaristía “es el sacramento en el que no sólo se da la gracia sino el autor de la gracia” . Por tanto, constituye el sacramento por antonomasia, o como ya hemos dicho, el sacramento de los sacramentos.
Tercero, porque como plantea Aldazábal, después de la muerte de Cristo, en su nueva manera de existencia gloriosa, el modo de encuentro y comunión con su comunidad va a ser el pan y el vino, que son su cuerpo y su sangre, con todo lo que eso implica de bendición, nueva alianza y participación de su destino escatológico . “En la celebración eucarística Cristo hace participar a sus fieles de la nueva y escatológica alianza, renovando la relación de amor con Dios Padre ” Y cuarto, porque todos los demás sacramentos, obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la eucaristía . Este es el sacramento central de nuestra fe, dado que es el misterio del amor de Dios y de la presencia constante de Cristo. Es el misterio de un Dios que nos alimenta y nos promete siempre estar con nosotros. De ahí que la eucaristía es la “cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” . Como afirma la Presbyterorum Ordinis en el número 5, la eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. Ahora deseamos presentar algunos aspectos de la eucaristía, que de alguna manera ya se han mencionados implícitamente, sin embargo, creemos que hay que destacarlos porque nos ayudan a comprender mejor la centralidad del sacramento de la eucaristía en la vida cristiana. La eucaristía, memorial de la pascua. Según Borobio, el memorial hace referencia a la contemporaneidad de un acontecimiento pasado respecto a la comunidad celebrante en el presente, que participando de su dinamismo salvador, se ve proyectada hacia el futuro escatológico. De este modo la eucaristía “constituye el punto de conexión en el que el pasado salvífico (contenido de la memoria), el presente actual (comunidad celebrante) y el futuro escatológico (convite mesiánico) se encuentran y coinciden en un mismo acontecimiento (la pascua) que siendo histórico es también metahistórico” , ya que es un misterio. La eucaristía, banquete fraterno. La eucaristía es un banquete o comida fraterna, que tiene un aspecto celebrativo y gozoso. En ella se produce la comunión con lo divino, es decir, la unión personal con Cristo, la unión de los cristianos entre sí y con toda la iglesia. Desde este punto de vista, no es raro que entre los primeros nombres que tenía la eucaristía se hayan: la mesa compartida, la fracción del pan y cena del Señor . La eucaristía, sacramento del sacrificio. Borobio también sostiene que existe un vínculo directo entre inmolación y eucaristía, la cual es representación de la autodonación de Cristo. En la eucaristía Cristo entrega su vida para la salvación del mundo, por la expiación de nuestros pecados, se produce una nueva alianza entre Dios y su pueblo, se perdonan los pecados de los hombres y se produce una reconciliación. Cada vez que se celebra la eucaristía se actualiza el único sacrificio de Cristo. La eucaristía, presencia transformante. Espeja expresa que en la eucaristía está la presencia real de Cristo, fruto de la transubstanciación. Según santo Tomás , después de la consagración del pan y el vino, permanecen los accidentes, sabor, color, etc, pero no la sustancia de esos elementos; la cual se transforma en el cuerpo y la sangre de Cristo, una nueva realidad que es fuente de gracia para los fieles. La eucaristía, acción de gracias. Según el Catecismo de la iglesia, la eucaristía es un sacrificio de acción de gracias y alabanza por todo lo bueno, bello y justo que ha hecho Dios en la creación, en la humanidad y en la vida de cada uno. También tenemos que señalar algunos de los frutos de la eucaristía según el Catecismo de la iglesia: la unión íntima con Cristo; conserva, acrecienta y renueva la vida de la gracia; nos separa y preserva del pecado, entre otros. Lo que hemos visto hasta ahora, aunque no es todo lo que se puede argumentar, pienso que es suficiente para responder a la pregunta ¿por qué la eucaristía constituye la fuente, y la cumbre, cima o culmen de la vida cristiana. De todos modos, creo que la siguiente cita resume el sustrato de lo que hemos dicho hasta ahora: “El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan ”. a. Implicaciones de la eucaristía para la praxis cristiana Como hemos planteado en la introducción, hoy no es raro ver a personas que “participan” del memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, sin que se produzca ningún cambio en sus vidas. Al parecer, asisten al culto, pero no existe un real seguimiento de Jesús. Con frecuencia separamos el sacramento del altar, del sacramento del hermano, y no caemos en la cuenta que, celebrar el memorial de Cristo implica nuestro compromiso y anhelo por el reino de Dios, que se debe traducir en la preocupación por los más débiles, los más pobres y marginados de nuestra sociedad. Por tanto, no se puede compartir el pan entregado por la vida del mundo y seguir insensibles ante tanta miseria y tanta muerte, aferrándonos a nuestro individualismo . Por consiguiente, “la eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres” Los sacramentos no son actos mágicos, o como advierte Jesús Espeja, “una cosa que se nos pega o un revoque por fuera, sino un acontecimiento entre personas, una experiencia singular” del Dios que es amor, y que se nos da y nos transforma para vivir con él y como él. En este sentido, en la eucaristía se descubre la plena manifestación del inmenso amor de Dios que llega hasta nosotros, permanece con nosotros y nos compromete e impulsa a amarle a él y a los demás. De ahí que celebrar y vivir en verdad la eucaristía ha de llevarnos a amar a todos como Cristo nos amó, hasta el extremo . Dado que en la eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a él, a sus sentimientos y actitudes, y quien está unido a él, quien celebra la eucaristía con él, quien come su Cuerpo y bebe su Sangre, acoge también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de amor y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas y, en definitiva, debe andar como él anduvo . Jesús en el momento de su despedida nos dio un ejemplo, que quiso que quedara como un legado: se desprendió de su manto, y le lavo los pies a sus discípulos, para enseñarnos a servir y a amar a los demás. Espeja señala que en la eucaristía, los cristianos celebramos este culto nuevo que postula a seguir a Jesucristo en el empeño por transformar la sociedad. Por tanto, cada vez que la celebramos debemos actualizar en nuestras propias vidas el cuerpo que se entrega y la sangre que se derrama por muchos. En Jesús el amor y la entrega son inseparables del compromiso por construir una sociedad más justa, por consiguiente, tampoco debe ser inseparable en lo que seguimos a Jesús, pues quien no practica la justicia no conoce a Dios (1 Jn 2, 29). Cuando comulgamos en la eucaristía, asumimos el compromiso de recrear el espíritu y la conducta de Jesús en nuestras comunidades. En este sentido, la celebración del memorial de la pasión muerte y resurrección de Cristo, conlleva que entremos en intimidad con el Padre, que nos dediquemos a la llegada del reino, y que entreguemos la propia persona en actitud de servicio humilde . No podemos participar activa y conscientemente del misterio pascual, sin que suceda algo en nuestras vidas, y sin que eso se traduzca en un compromiso por transformar el entorno donde vivimos, pues, como dice san Pablo “esto no es celebrar la cena del Señor” (1, Cor 11,20). De acuerdo a lo que señala Martínez García , participar de la eucaristía no es asistir porque es un precepto de la iglesia, ni porque es una celebración social arbitraria de acontecimientos personales, familiares y cívicos. Si la eucaristía no nos mueve al cambio y a la acción, es porque ella no está siendo la fuente y el culmen de nuestras vidas. En un mundo que exige gestos concretos, que nos reclama que el mensaje cristiano esté acreditado con el testimonio de vida; la eucaristía, en tanto que memorial debe ayudarnos a superar la compresión mágica de la acción salvadora y el peligro de repetición historicista del único sacrificio de Cristo. Por el contrario, debe inducirnos a vivir la eucaristía como presencia dinámica e aplicativa del misterio, que actúa en el “ya” de la comunidad concreta, pero que “todavía” debe manifestarse en su plenitud” . Por último, cabe destacar, que la eucaristía debe impulsarnos a la misión. En este sentido, hay que afirmar que “la eucaristía es el lugar privilegiado de renovación y de compromiso de la misión” . De este modo constituye el momento de tomar conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación del reino de Dios en el mundo. Como dice Borobio, es imposible que eucaristía alimente la fe y no lleve a comunicarla, y que suponga un testimonio y no nos lleve a ser testigos. Si no está siendo así en nuestras vidas, entonces tenemos que discernir si estamos conscientes de lo que celebramos en la eucaristía y de sus implicaciones. 4. Relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana Esta última parte de esta reflexión la hemos dedicado a responder brevemente el tercer objetivo que nos hemos propuesto: conocer cuál es la relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana. Aunque la eucaristía constituye la fuente y el culmen de la vida cristiana, no prescinde ni está separada de los demás sacramentos, sobre todo de los de iniciación cristiana, sino que supone estos. Según plantea Jesús Espeja, la iniciación cristiana es el proceso que sigue la persona para conocer, incorporarse y participar de la vida de la comunidad creyente que llamamos iglesia. Este proceso debe comenzar con la inquietud del candidato que se interesa por el modo de ser de los cristianos y culmina con tres ritos simbólicos que son los sacramentos de iniciación: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. El proceso que se hacía en los primeros siglos de la iglesia para preparar e introducir a las personas adultas en la iglesia se llamaba “catecumenado”, el cual concluía con la celebración de los tres sacramentos mencionados . El libro de los Hechos (8, 4-16), nos narra cómo algunas personas después de ser bautizadas por Felipe, luego fueron confirmadas por Pedro y Juan, comunicándoles el Espíritu Santo; quienes (aunque no lo dice, he de suponer), que luego participaron de la mesa compartida. El bautismo es el primer sacramento, con el cual las personas aceptan la palabra, se ponen en camino hacia la comunidad de Jesucristo, la cual abre sus puertas y le ofrece su dinamismo vital. El bautismo equivale al nacimiento de la persona a la vida espiritual. Por eso, “los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia” . A través de la confirmación ratificamos nuestro deseo y compromiso de seguir a Cristo. Según plantea el Catecismo de la iglesia, por este sacramento los bautizados se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Por su parte, la eucaristía, como hemos dicho, es el centro de los que se han incorporado y han confirmado su fe, que “participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica ” Es importante tener en cuenta que los tres sacramentos de iniciación cristiana son inseparables, es decir, están íntimamente relacionados o vinculados. Los tres insertan a las personas de forma plena en la comunidad cristiana. Según el Catecismo de la Iglesia, “la Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor ”. En este mismo orden, García Paredes , sostiene que la eucaristía constituye el sacramento conclusivo de la iniciación cristiana, y a la vez es, como hemos mostrado, la fuente y cima de la vida cristiana. 5. Conclusión La eucaristía, en tanto que sacramento, es un signo visible de la gracia y presencia de Dios. Este sacramento instituido por el mismo Cristo en la última cena, presume el bautismo y la confirmación, y culmina el proceso de iniciación cristina. A la vez constituye la fuente y cima de la vida cristiana, porque es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor; en ella se nos manifiesta el amor más grande, que es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre; en ella, además de la gracia, se nos da el mismo autor de la gracia; es el nuevo modo de encuentro y comunión con su comunidad, a través del pan y el vino; y porque todos los demás sacramentos, obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la ella. En definitiva, la eucaristía, es memorial pascual, banquete fraterno, sacrificio, acción de gracias y presencia transformante. No se puede participar consiente y activamente de ese gran misterio pascual (que contiene todo el bien espiritual de la iglesia), sin que se produzca una transformación personal que incida en la sociedad donde vivimos. Si la eucaristía no produce un cambio en nuestras vidas, es porque no estamos conscientes de lo que celebramos, ni de lo que ello implica, o porque la hemos reducido a un rito. Celebrar la eucaristía es actualizar el misterio pascual, que supone realizar la misión que se nos ha encomendado; recrear el espíritu de Jesús en nuestras vidas; nuestra preocupación por los valores del reino, y dar la propia vida. Dado que los sacramentos no son actos mágicos, es necesario nuestro esfuerzo personal y que nos abramos a la vida de la gracia, asumiendo la responsabilidad que implica el seguimiento de Jesús. Solo así, la predicación del mensaje cristiano puede atraer y seducir a aquellos que todavía no han hecho la opción radical de seguir a Jesús.
BIBLIOGRAFÍA
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• BENEDICTO XVI: Sacramentum Caritatis, Librería Editrice Vaticana, 2007, 159 pp.
• JUAN PABLO II: Ecclesia de eucharistia, Madrid, San Pablo, 2003, 83 pp.
1 comentario:
Muy interesante pero sobretodo nos enfrenta a una reflexión profunda de la concordancia de lo que creemos vivir y lo que verdaderamente vivimos.
Gracias
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