La Resurrección objeto y sentido de la fe cristiana
En este año
hemos escuchado tanto sobre la fe, que vale la pena detenernos aunque sea brevemente,
en este acontecimiento que marca un doble valor en nuestra fe. Por un
lado es el punto culminante y objeto de la Revelación, y a su vez, es su
acreditación suprema y máximo motivo de credibilidad, tal como nos recuerda San
Pablo “si Cristo no ha resucitado nuestra
predicación es vana y vana es nuestra fe” (1Co 15, 14), que le da sentido a nuestra fe cristiana. Para realizar este
camino nos proponemos ver estos dos aspectos por separado.
A. La
resurrección objeto de la fe cristiana
La resurrección
como tal no es un hecho comprobable en una historia positivista, esto por
varios factores, entre ellos que los datos que tenemos se suscriben a la
experiencia de un grupo, donde se nos dan unos datos narrativos, pero no son
explicativos del hecho. Por otro lado, es un acontecimiento que trasciende la
historia y nuestras categorías espacio-temporales. “La resurrección de Cristo
es objeto de fe en cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la
creación y en la historia”[1].
Por tanto, como
actuación de Dios, la resurrección supone la fe para adherirnos a ella. De ahí
que para tener un acceso a la resurrección debemos hacerlo desde la fe. La resurrección de Jesucristo es, pues, al
mismo tiempo punto culminante de la historia de la salvación y, por
tanto, objeto central de la fe,
que implica –como clave de bóveda y coronación de todo el edificio de la
revelación– todos los misterios revelados. Todos los otros signos de
credibilidad hechos por Jesús –milagros y profecías– convergen en el
"signo de Jonás[2].
Como acreditación suprema de la fe, está conectada con una serie de
signos históricos atestiguados por el Nuevo Testamento[3], tales como la muerte de Jesús, la situación de los discípulos, la
sepultura, el sepulcro vacío, el primer anuncio a las mujeres, las apariciones,
la comunidad reunida, germen de la Iglesia (nacida casi en lo oculto del
costado abierto de Cristo, y manifestada como tal en Pentecostés), la primera
predicación apostólica.
Dentro de estos
elementos el descubrimiento del
sepulcro abierto y vacio es la única narración de Pascua compartida por los
tres sinópticos y reflejada en Juan. Sin embargo debido a los detalles que
ofrecen los textos, y a los continuo estudios que se han realizado en torno a
este aspecto debemos, ver este acontecimiento como una dato que viene marcado
desde ya por una vivencia de fe.
Por tanto, el
sepulcro vacio, no se refiere a sí mismo a una evidencia única del hecho de la
resurrección[4], sino que se encuentra de
alguna manera iluminado por la fe. Para muchos este pasaje es tardío y viene a
desempeñar una función teológica y apologética para defender el carácter
histórico de la resurrección ante algunas distorsiones que se había dando en el
seno de la comunidad. Las discusiones del valor de la tumba vacía sigue
trayendo polémica aun hoy, lo que si podemos precisar a este respecto que la
tumba vacía desde los orígenes, posee un carácter kerigmático que proclama la
exaltación de Cristo, y que a pesar de las críticas que se levanta a su entorno
es un elemento de fe, que le permitió a la comunidad iniciar un proceso de
acercarse al misterio de la resurrección.
Por otro lado
las apariciones del resucitado, vienen
atestiguar la aceptación de la fe por iniciativa de Dios, ya que es el Resucitado quien tiene la
iniciativa, así lo afirma San Pablo, cuando precisa que “Dios es el que dijo:
de las tinieblas brillará la luz; es él que ha hecho brillar la luz en nuestros
corazones para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios en el
rostro de Cristo” (2Cor 4,6). Tras la
crisis de la cruz Jesús se encuentra con los discípulos dándoles múltiples
señales de su resurrección y otorgándoles con esto un cambio en su historia y
en su visión mesiánica.
Por tanto, la
autopresentación libre y el encuentro[5]
con el Crucificado Resucitado entre sus discípulos, certifican y hasta cierto
punto es eje central que va a permitir que la fe en Jesus se fundamente aun
más. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de
hombres concretos (CIC 642). Al respecto de este dato podemos hablar de un
acontecimiento histórico palpable, el cambio que se opera en los discípulos
después de la apariciones y que van llevando a la formación de la Iglesia.
De ahí que se
pueda sustentar este dato apelando a la historia, pero no una
historia-positivista, ya que se trata en última instancia de la experiencia y
la vivencia de unos pocos, a la cual los demás asintieron por el testimonio de
estos primeros. Este acontecimiento se
convierte en lo único verificable dentro del hecho de la resurrección[6],
por la trascendencia que tiene el cambio drástico de los discípulos, con
pérdida del temor, la misión, su regreso a Jerusalén y su martirio. Son
elementos que nos hablan de un encuentro radical, que no pudo haber sido con un
muerto o con una mera idea o doctrina.
Por otro lado
debemos decir también que esta experiencia de fe de los primeros cristianos es
lo que de la sentido a la fe de Iglesia de todos los tiempos, esto porque
actualiza en cada momento la persona de Jesús, gracias a este encuentro Jesús
como figura histórica no ha quedado rezagada en el pasado, aquí se evidencia la
importancia de la resurrección en la permanencia en el tiempo de la figura de
Jesús”[7],
es decir, la resurrección permite que Jesús no se pierda en el tiempo, sino que
es actual hoy tanto como lo fue ayer. Porque como acto de fe da sentido a la
persona y no se pierde en tiempo, sino que donde haya personas que puedan
adherirse a esta fe, ahí se hará presente nuevamente.
B. La
resurrección como sentido de la fe cristiana
Desde los
orígenes del cristianismo la resurrección ha sido la novedad del sentido, es el anuncio central que reúne
la comunidad dispersa por el temor, es además el eje hermenéutico que se
utiliza para releer la vida de Cristo y de su Iglesia. Según Rahner la
resurrección es el tema central de la fe, porque es la culminación de la obra
salvadora de Dios en el mundo y entre los hombres, en la que Dios se comunica
de modo irrevocable y por eso escoge al mundo para salvarlo de modo definitivo,
de suerte que solo falta l realización y manifestación de lo que sucedió en la
resurrección de Jesús. Siguiendo esto nos percatamos de la trascendencia que
juega para la fe la resurrección, como sello revelador de Dios y que comienza a
darse en Cristo en prefiguración a toda la humanidad, si Cristo ha resucitado
también nosotros resucitaremos con él, afirma San Pablo.
La resurrección
le da sentido a nuestra vida, porque se sitúa en un horizonte de esperanza de
la resurrección de todos en general (1 Cor 15,13), esto queda evidenciado en el
evangelio de Mateo con la narración exclusiva que hace de la muerte de Jesús
donde afirma que los sepulcros se abrieron (Mt 27, 52s). En la resurrección mi
vida toma sentido porque reconozco que la muerte no puede romper mi relación
con Dios, porque a partir de Cristo queda descubierto que él que cree en sus
palabras no se puede perder para siempre de la mirada de Dios.
De ahí que la
resurrección sea visto por muchos como el nervio de la fe cristiana, llegando a
decir que es el axioma de la teología cristiana desde donde se proyecta la luz
sobre todos los demás axiomas[8],
esto quiere decir, que la fe en la resurrección no puede ser marginalizada, ni
muchos menos puesta como un acontecimiento que paso y que por así decirlo
despierta unas conciencias dormidas, sino que debemos desde la teología seguir
conociendo la estructura fundamental de la fe cristiana a partir de la
resurrección.
A este respecto
se puede decir que solo porque Jesús ha resucitado se convierte en criterio
valido que da sentido a nuestra existencia[9],
es lo que le da vida a nuestra vida de fe, es verdaderamente lo que hace
novedoso el cristianismo, que no es una religión de un libro, sino de una
Persona, que es Dios mismo encarnado, en
mi naturaleza dándole sentido a lo que yo soy. Mi humanidad ya no es la misma,
es una humanidad en relación a lo trascendente. Cristo en su resurrección nos
da nueva vida y en esta nueva vida se encuentra el sentido a nuestra vivencia y
a la fe que profesamos.
Por esta razón
podemos decir junto al beato Juan Pablo II, “que la resurrección de Cristo es
el mayor evento en la historia de la salvación y, más aún, podemos decir que en
la historia de la humanidad, puesto que da sentido definitivo al mundo. Todo el mundo gira en torno a la Cruz, pero
la cruz sólo alcanza en la resurrección su pleno significado de evento
salvífico. Cruz y
resurrección forman el único misterio pascual, en el que tiene su centro la
historia del mundo. Por eso, la Pascua es la solemnidad mayor de la Iglesia:
ésta celebra y renueva cada año este evento, cargado de todos los anuncios del
Antiguo Testamento, comenzando por el Protoevangelio de la redención, y de
todas las esperanzas y las expectativas escatológicas que se proyectan hacia la
plenitud del tiempo, que se llevó a cabo cuando el reino de Dios entró definitivamente en la historia del hombre y
en el orden universal de salvación"[10]
Eso
que lo que permite que el cristiano de hoy continúe dando testimonio de la
Resurrección ya que como los discípulos de Emaús, realiza continuamente en su
vida diaria la experiencia reveladora de Dios desde el Resucitado, presente en
la Palabra, en la Eucaristía y en la Comunidad apostólica. La resurrección se
convierte no en un elemento meramente teológico o histórico, sino en una
vivencia real que cada día, me da vida y esperanza, ya que en la victoria de
Cristo siento mi victoria.
Conclusión
El misterio pascual de Cristo, que se convierte en
cúspide de la historia, y centro de llegada de todas las profecías, como
veíamos anteriormente, ya desde el Antiguo Testamento; pasando por la experiencia de un pueblo que
fue buscando sentido en un Dios que no se deja vencer por la muerte. Que llega
a su plenitud en Cristo que lo lleva hasta el último momento, y que en la
Iglesia a través de sus distintas tradiciones, ha llegado hasta nuestros días, sigue siendo una novedad para
los cristianos de hoy, como lo fue para los cristianos de ayer. Continua dando
sentido a nuestro peregrinar, porque es objeto vivo de nuestra fe, que tiene en
sí mismo la fuerza de hacer que muchos al igual que San Pablo, dejen todo para
ser de Cristo.
Por tanto, la resurrección como sentido y objeto
de la fe cristiana se convierte en tema que ilumina el resto[11],
es decir, toda nuestra vida, todo lo que la Iglesia realiza en cuanto Esposa de
Cristo y Sacramento vivo de Cristo en medio del mundo. Ilumina además y de una
forma contundente toda reflexión teológica de la Iglesia, toda su vivencia se
dirige hacia la resurrección porque parte de ella como fundamento de vida
cristiana.
En la resurrección nuestra naturaleza es deificada
en Cristo, como dice San Agustín en Cristo fuimos también levantados nosotros a
una gloria divina, por eso, la resurrección siempre tiene algo nuevo que
decirnos.
Finalmente, hemos de ver la resurrección como
acontecimiento que nos interpela, y nos permite reconocer que Cristo permanece con nosotros y nosotros,
a su vez por la fe permaneceremos siempre en él. Por este
misterio, la historia humana ya
no está destinada a la caducidad, sino que tiene un sentido y una dirección: ha
sido fecundada por la eternidad.
El don de esta vida conlleva una participación en su eternidad. Jesús lo
afirmó, especialmente a propósito de la Eucaristía: El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6,
54).
[1] cf. CIC
648
[2]J.
Ferrer, La resurrección de Cristo, centro
del misterio del tiempo y recapitulación de la historia salvífica hasta la
parusía, Navarra 2001, p. 389.
[3]
Ibíd., p. 390.
[4] J.
Ratzinger, Jesús de Nazaret, desde la
entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Madrid 2011, Pp. 295-296
[5] H.
Kessler, La resurrección de Jesús. Aspecto
bíblico, teológico y sistemático, Salamanca 1989, p. 170
[6] Ibíd., p. 113
[7] H. Kessler: o.c., p. 15
[8] H. Kessler: o.c., p. 217
[9] J.
Ratzinger, Jesus de Nazaret. Desde la
entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Madrid 2011, p. 282.
[10] JUAN
PABLO II, Audiencia general 22–II–89.
[11] H. Kessler: o.c., p. 14
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