Dos términos que nos parecen totalmente contrarios, opuestos
radicalmente e imposibles de conciliar. Esa es nuestra primera impresión si
alguien nos pregunta: “Háblame de Espiritualidad y Revolución”, y muy
posiblemente, hablaremos de estos como uno contrario del otro.
En este breve ensayo, trataré de aclarar la relación entre ambos
términos, o mejor dicho, de darle o recuperar la conexión que existe entre
ambos, y que le ha sido negada por la historia, principalmente, cristiana. Para
eso, iniciaré dando una visión general de ambos términos, para luego presentar
la relación inseparable de estos. Antes de iniciar, quiero aclarar, que el
término Espiritualidad lo trataré sin reducirlo al concepto cristiano, sino que
trataré de ver la Espiritualidad, como una realidad que atañe a todo ser
humano, sin importar su credo de fe, o su negación de existencia de Dios.
El concepto de espiritualidad. Popularmente, el concepto de
espiritualidad es asociado con la piedad, oración profunda, las personas lo
asocian a la imagen del fiel devoto que lleva una vida de oración, sacrificios,
etc. En realidad, esta es una imagen errónea de la espiritualidad. Se puede
decir que la persona espiritual es aquella que se deja llevar con el espíritu
de Dios; aquel que sabe disfrutar de todo lo bueno que existe en el mundo a
partir de Dios. La espiritualidad cristiana se desarrolla en relaciones: la
relación con Dios, la relación con el cosmos, la relación con otras personas,
de tal modo que se puede hablar espiritualidad como una experiencia
trascendente, encarnada en la realidad. La espiritualidad es la manera en que
la persona se sitúa frente al mundo; y es también, el grado de conciencia
alcanzada por la persona, y que determina radicalmente su conducta.
El concepto de revolución. La revolución es un cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato, que
se puede producir simultáneamente en distintos ámbitos (social, económico,
cultural, religioso, etc.). Los cambios revolucionarios tienen consecuencias
trascendentales y suelen percibirse como súbitos y violentos, ya que se trata
de una ruptura del orden establecido. Por eso, revolución no significa
inmediatamente una acción violenta y armada, sino como un cambio radical o
instauración de una nueva realidad, contraria a la situación anterior.
Para hacer un acercamiento a la relación entre revolución y
espiritualidad, nos puede servir una definición de revolución, dada un por
militar venezolano retirado: “La revolución es un acto humano de profunda
inspiración espiritual. La meta que busca alcanzar es lograr a plenitud el bien
común del pueblo. Esto pasa por asumir que la espiritualidad es la energía
interior que se manifiesta en el ser humano para lograr la obtención de fines y
propósitos. La espiritualidad es el motor que genera la acción revolucionaria.
No puede haber revolución si no se siente el amor por el prójimo, si no
internalizamos sentimientos humanos de desprendimiento y entrega para
satisfacer el bien colectivo”. Aquí se trata de entender la revolución inclinada
hacia el campo político, pero ese tema lo abordaremos más adelante. Pues bien,
quizás no todas, pero si una gran parte de las acciones revolucionarias han
surgido después de alguna experiencia personal profunda ante una situación
límite. Hay un momento crucial, en donde la conciencia interior de la persona
explota revolucionariamente, y le hace cambiar el modo de ver la realidad.
Para esto, vamos a ver
brevemente algunos ejemplos de personas que dieron un cambio revolucionario,
luego de alguna experiencia interior determinante. Pero antes, debemos tener en
cuenta, que esta experiencia interior, no surge simplemente de la nada, sino
que es movida, sacada a la luz por algún hecho que marca profundamente, que
mueve a la persona, que le hace tomar conciencia de sí mismo, y que en unos
caso puede ser un cambio, un choque inmediato, y en otros, puede ser un proceso
paulatino.
Un primer ejemplo, buscando en
las Sagradas Escrituras, puede ser la persona de Moisés. Este, según el éxodo,
había crecido en la corte del faraón, pero siempre teniendo conciencia de ser
un israelita. Llega un momento primero: Moisés ve la opresión que sufre su
pueblo, y en un momento determinado, ve como un egipcio golpea a un israelita.
Moisés actúa y mata al egipcio, y tiene que huir. Este es sólo un acto. Luego
llega un momento fuerte. Moisés huye, al parecer pasa un tiempo en el exilio,
se casa, tiene propiedades, disfruta de la libertad; y llega el momento de la
zarza ardiendo, y el relato nos cuenta que Moisés estuvo ante la presencia de
Dios, el cual le informa que él ha sido elegido para liberar a su pueblo que
sufre opresión en Egipto. Este el momento culmen. Científica o históricamente,
no sabemos qué sucedió en ese momento, pero lo que sí sabemos es que Moisés
tuvo una profunda experiencia espiritual, que le abrió los ojos, le hizo tomar
conciencia de sí mismo, y tomar conciencia de sus hermanos que vivían en
esclavitud. A partir de ahora, Moisés se sentirá impulsado por una fuerza
mayor, que le llevará a actuar, y luchar por la liberación de los oprimidos.
Podemos concluir, que Moisés luego de una profunda experiencia espiritual, de
una experiencia profunda de Dios, cambia radicalmente y se convierte en el
revolucionario libertador del pueblo de Israel.
Otro ejemplo es el profeta
Jeremías. En el inicio de su libro, se nos narra la experiencia espiritual de
este: toma conciencia de la realidad de su pueblo, y se siente llamado, elegido
por Dios para denunciar las infidelidades de su pueblo. Esta experiencia es la
que le da fuerza, valor para salir a las calles a pregonar lo que Dios le dice.
¡Supera el miedo de ser un muchacho y de no saber hablar! Después de esta
experiencia espiritual, Jeremías da un cambio radical, y se convierte en un
hombre revolucionario en su sociedad.
Otra situación, aun mucho más
radical y bélica aún, es la de Matatías en el primer libro de los Macabeos.
Aquí se nos habla de que ante una imposición de los invasores, Matatías
reacciona enérgicamente, movida por la fidelidad a Yahvé. En Matatías, el celo
por lo religioso le lleva a actuar y sublevarse; como dice el Sal 69,10: “El
celo por tu casa me devora”, le lleva a tomar una acción revolucionaria,
tomando las armas y alzándose contra los opresores. Sin una profunda
experiencia religiosa, espiritual, Matatías no hubiese tomado esta postura
revolucionaria.
Pasamos al Nuevo testamento, y
nos encontramos con el paradigma de la revolución movida por la experiencia espiritualidad:
Jesús. Si, puede parecernos chocante, pero Jesús, como muchos teólogos han
dicho, no fue más que un revolucionario de su tiempo. En la primera etapa de la
vida de Jesús, que es identifica como la vida oculta de Jesús, no sabemos
absolutamente nada de él, pero llega el momento del cambio, del cambio en la
vida de Jesús. Según nos narran los evangelios, Jesús fue una persona de
profunda intimidad con Dios, en incluso le llamaba “Abba”, pero hay un
punto de partida, hay un momento determinante, que fue su bautismo y la estadía
en el desierto. Es innegable que fue bautizado por Juan, y para él fue un momento
decisivo, pues significó un giro total en su vida. Luego del bautismo, ya no
vuelve a su aldea, a Nazaret, sino que se dedica en cuerpo y alma a una tarea
de carácter profético que sorprende a todos los que eran cercanos a él. Jesús
asumió el bautismo como compromiso de un cambio radical. Quiere concretar su
conversión y lo hace tomando una primera determinación: colaborar con el
Bautista en su servicio al pueblo. Se desvincula de su familia y se entrega a
su pueblo; olvida su trabajo, pues sólo le atrae la idea de colaborar en aquel
movimiento admirable de conversión. Cuando en medio del silencio del desierto,
se acallan los gritos del bautista, Jesús escucha la voz de Dios, que lo llama
a una nueva misión. Por eso, luego de algún tiempo en el desierto, se separa
del Bautista, y baja a los pueblos, a las aldeas a llevar el mensaje
revolucionario del amor de Dios. Esta acción revolucionaria de Jesús, es lo que
lo lleva a ser condenado y a morir en a cruz, pues si su mensaje, si su persona
no hubiese sido revolucionaria, no hubiese significado un peligro para la clase
dominante. Porque era revolucionario, porque proclamaba un cambio radical en la
estructura de la sociedad, es que lo crucifican.
Otro ejemplo bíblico de
revolución movida por la experiencia espiritual, es la de San Pablo. Este
llamativo hombre, que era la insignia de los perseguidores de los cristianos,
en un momento determinado, tiene una profunda experiencia espiritual, mística,
hay un choque en su vida tan fuerte, que lo lleva a alejarse al desierto por
varios años, para luego regresar convertido totalmente. Se convierte entonces
en el mensajero revolucionario del mensaje de Jesús. El encuentro profundo de
Pablo con Jesús, la experiencia espiritual en el desierto, es lo que transforma
la vida de Pablo.
Y así podemos ver muchos otros
ejemplos de personas que en su vida dieron un cambio revolucionario luego de
una experiencia profundamente espiritual. En la historia de la Iglesia podemos
encontrar incontables modelos. Vale resaltar algunos que no pueden dejar de
mencionarse. Por ejemplo, San Agustín, San Francisco de Asís. Ya en el nuevo mundo,
hay un caso que me llama particularmente la atención: Fray Bartolomé de las
Casas. Este había venido a la al nuevo continente, como un encomendero mas,
como un colonizador más entre tanto. Al ver la realidad de los indígenas, y la
manera en que estos eran tratados, le movieron a hacer una opción fundamental
en su vida, para luchar en defensa de estos. Opto por ingresar a la Orden de Predicadores
y se convirtió en el más férreo defensor de la causa de los indios. Esta
conversión denota también, al igual que los personajes tratados anteriormente,
que Fray Bartolomé tuvo una profunda experiencia espiritual que le llevó a dar
un cambio revolucionario en su vida.
Es así como llegamos a nuestra
época, en donde también, siguen surgiendo grandes revolucionarios, tanto en el
ámbito religioso, como social. La espiritualidad sigue suscitando grandes
personas que trabajaron y trabajan por un cambio radical en la sociedad, que
buscan y promueven una revolución, un cambio en el estado de las cosas. De la
espiritualidad, hoy día, brotan una serie de factores, que llevan a la
revolución, como son: la conciencia, el compromiso, la unidad del colectivo, la
pertenencia y las virtudes sustentadas en principios y valores de alto
contenido ético y moral.
Quizás algunos radicalizaron
tanto su opción revolucionaria, que terminaron optando por la lucha armada, por
la violencia, lo cual ha empañado la memoria de su espíritu, y quizás su
experiencia con lo trascendente que los llevó a ser revolucionarios. En algunos,
la experiencia espiritual o trascedente es casi invisible, no porque no la
tuvieran, sino porque por su lejanía con lo religioso, es difícil de notar. Aun
así, en sus escritos podemos notar, que hubo una motivación mucho más profunda
y trascendental, que le llevaron a dicha opción.
Podemos ver el caso
(conflictivo para muchos) del paradigma de la revolución contemporánea, del
ícono de la protesta hoy día en el mundo: el Comandante Ernesto “Che” Guevara.
Evidentemente, y no hay que discutir, este personaje no tiene vinculación
alguna con lo religioso, nunca se proclamó creyente. Ahora bien, estudiando los
escritos del Che, sus diarios, pequeños ensayos, discursos y cartas, podemos
notar que antes de la revolución cubana, era un joven que tenía una profunda
preocupación, una profunda sensibilidad por la dignidad, el bienestar de la
humanidad. Desde el principio fue una persona inquieta, lo que le llevó a
iniciar un recorrido por América del sur en motocicleta; y es después de esta
experiencia que radicaliza su opción revolucionaria. El recorrer las carreteras
de los países andinos, el tener un contacto con la gente humilde, con los
pobres, cambiaron su modo de ver el mundo. Pudo abrir los ojos y darse cuenta
de las injusticias, de la vida inhumana de los campesinos, y la marginación de
los que menos tienen, mientras una minoría disfruta de los placeres de la vida.
Notamos esta toma de conciencia, en uno de sus diarios
de 1950, que recoge sus andanzas por América latina. Transcribo literalmente: “Llego
a Salta a las dos de la tarde y paso a visitar a mis amigos del hospital,
quienes al saber que hice todo el viaje en un día se maravillaron, y entonces
“que ves” es la pregunta de uno de ellos. Una pregunta que queda sin
contestación porque hablar para eso fue formulada y porque no hay nada que
contestar, porque la verdad es, que veo yo; por lo menos no me nutro con las
mismas formas que los turistas y me extraña ver en los mapas de propaganda el
altar de la patria, la catedral, el palacio…etc. No, no se conoce así un
pueblo, una forma y una interpretación de la vida, aquello es la lujosa
cubierta, pero su alma está reflejada en los enfermos de los hospitales, los
asilados en la comisaría o el peatón ansioso con quien se intima, mientras el
rio grande muestra su crecido cauce turbulento por debajo”. Esto demuestra
un sustrato espiritual en la personalidad del Che. Tuvo que haber una
experiencia profundamente marcante que elevó su conciencia a un grado superior
de sensibilidad por los demás, y por las situaciones de injusticias.
Él mismo decía, que el eslabón
más alto que puede alcanzar la especie humana, es ser revolucionario. Podemos
entender la palabra revolucionaria como espiritual, y creo que no quedaría tan
mal. Tanto el espiritual como el revolucionario alcanza un grado de conciencia
de sí mismo, adquiere un nuevo sentido del compromiso, le da un nuevo valor a
la unidad de las personas, de los pueblos, de la humanidad, y sus acciones
están sustentadas en sólidos principios y valores de alto contenido ético y
moral. Y esto es lo que encontramos en el Comandante Ernesto “Che” Guevara.
Tenía la convicción de que el
ser humano revolucionario debía transformar su corazón, su vida: “Todos los días la gente se arregla el cabello,
¿por qué no el corazón?”. Y no solo se quedaba ahí, sino que veía que el
revolucionario debía estar motivado, guiado por el sentimiento del amor: “Déjenme
decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está
guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizá sea uno de los grandes dramas
del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado, una mente fría y tomar
decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo. Nuestros revolucionarios
de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos. No puede descender
con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre
común lo ejercita”. Y luego una de las características propias suyas, era
el sentimiento de hermandad por la causa de la justicia: “No creo que seamos
parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada
vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más
importante”. “Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier
injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la
cualidad más linda del revolucionario”.
Por lo tanto, me parece bien claro, que el Che
consideraba que la conversión de un hombre en revolucionario auténtico es como
una ascesis de hacerse mejor, es decir, de darse a los demás, de olvidarse de
sí mismo, cumpliendo un deber exigente que le manda la conciencia.
El cumplimiento de este deber, se da en el
compromiso político revolucionario. Ya la espiritualidad actúa como agente innovador de la
conciencia revolucionaria. Su incidencia se da en tres aspectos estructurales:
bien común, poder popular y fuerzas propias, que nos permite afirmar que el
nuevo paradigma que establece la revolución es consecuencia de la racionalidad
política en conjunción con los sentimientos nobles que emergen del corazón
humano. La espiritualidad nos conduce a la concepción de un nuevo sistema
político cuya raíz es el bien común. La diferencia entonces radica que en la
revolución, lo espiritual permite que se direccione la acción política hacia la
satisfacción de las creencias y prácticas basadas en el humanismo. Quien no
sienta amor por el prójimo, nunca cederá el poder a los otros. Eso solo se
logra, se obtiene de manera legítima, cuando por propia voluntad la acción
política inmersa en la convicción de la espiritualidad humana, el
revolucionario se iguala a su prójimo y resaltando la disposición de
desprendimiento y de solidaridad fraterna, decide conscientemente materializar
la transferencia de poder al pueblo.
Para no quedarnos al final con
la imagen del Comandante Ernesto “Che” Guevara, quiero presentar un último
ejemplo de la convergencia que se da entre la espiritualidad y la revolución.
Es un ejemplo de revolución dentro de nuestra Iglesia: Mons. Oscar Romero. Un
mártir de nuestras tierras. Un hombre, un pastor de profunda conciencia
espiritual, de profunda experiencia de Dios, que no pudo callar lo que su
conciencia y su deber le exigían. Si leemos sus homilías, sus entrevistas, nos
damos cuenta de que solo aquellas personas que han tenido un íntimo encuentro
con Dios, son capaces de ser verdaderos revolucionarios, entregando la vida si
es necesario. Para la clase dominante y opresora, Romero se convirtió en el
obispo revolucionario, luchando junto a su pueblo que sufría las atrocidades de
la guerra civil. Ante la pobreza y las masacres, fue la voz profeta que emergió
dentro de la Iglesia. Su compromiso revolucionario le llevó a predicar “la
violencia del amor, la que dejó Cristo clavado en la cruz, la que se hace cada
uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades crueles entre
nosotros”. Su profunda experiencia espiritual, le llevó a aceptar con
humildad el destino al que ya sabía que estaba condenado: “Si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea por la liberación
de mi pueblo... Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.
Por lo tanto, al hablar de espiritualidad y revolución,
no podemos verlas como dos realidades antagónicas, sino como dos realidades,
que de una u otra manera están conectadas entres sí. La espiritualidad es un
grado de conciencia alcanzado que lleva al ser humano a cambiar o perfeccionar
su relación con el prójimo y con la toda la realidad que le rodea. La
revolución también es la acción que lleva a un cambio, acción que en el origen,
está motivada por una experiencia espiritual que lleva al revolucionario a un
grado de conciencia que cambia y determina radicalmente su conducta. El
verdadero espiritual, termina siendo un gran revolucionario.
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