viernes, 9 de diciembre de 2011

Lo Santo. Lo racional y lo irracional de la idea de Dios (resumen)

Toda concepción teísta, de manera especial la cristiana le atribuye a Dios ciertos predicados racionales como: espíritu, razón, voluntad inteligente, buena voluntad, omnipotencia, sabiduría, entre otros. Estos elementos que corresponden en forma limitada al ser humano, son concebidos como absolutos en Dios. De este modo, la esencia de la divinidad es expresada a través de conceptos racionales



A pesar de la predominación de esos predicados racionales, ellos no agotan la esencia de la divinidad, es decir, el racionalismo no agota a la divinidad. Para Otto existen también elementos irracionales en la idea de Dios, que manifestamos a través de las emociones o del sentimiento religioso.

Dentro de la esfera de la ética, se suele designar con el concepto de santo: lo bueno, la bondad suma o perfecta, que en la esfera religiosa constituye una categoría valorativa y explicativa. El concepto de lo “santo” nació en la esfera de la religión y designa algo más que eso (ético) y Otto lo llama lo numinoso. Entre los aspectos de la emoción religiosa, se encuentra eso que Schleiermacher llamaba: “el sentimiento de absoluta dependencia”, llamado por Otto: sentimiento de criatura, que es el reflejo o sombra de otro sentimiento que se produce simultáneamente, y que constituye lo numinoso.
Lo numinoso “es aquello que aprehende y conmueve el ánimo con tal y cual tonalidad”. El problema radica en mostrar cuál es esa tonalidad sentimental, tratando de evocarla a través de analogías y contraposiciones de otros sentimientos afines y de expresiones simbólicas. Para Otto, la expresión más cercana para designar lo más hondo e íntimo de toda conmoción religiosa intensa, que puede agitar y henchir el ánimo con violencia conturbadora, en todas las manifestaciones de la religiosidad, es la de Mysterium tremendum.
El misterio tremendo se puede sentir de diversas maneras: puede estallar de repente en el espíritu, entre embates y convulsiones; puede embriagarnos, arrebatarnos o conducirnos al éxtasis; y se puede presentar en formas feroces y demoníacas. Posee manifestaciones y grados básicos, toscos y bárbaros que evolucionan hacia estadios más refinados, más puros y transfigurados. El misterio tremendo se puede convertir en suspenso, en humilde temblor y en la mudez de la criatura ante el misterio. Aunque el misterio comporta algo positivo experimentable por medio de sentimientos, sólo es posible definirlo de manera negativa. En este sentido, el misterio es lo secreto, oculto, lo que no se concibe ni comprende, lo no público, lo no cotidiano ni familiar.
Ahora vamos a ver tres aspectos de lo numinoso. Primero, el adjetivo tremendo o “tremor” quiere decir temor, un sentimiento natural, pero que por analogía designa un sentimiento propio que tiene cierta semejanza con el temor. Se trata de un temor especial que no es atemorizante, sino que es un terror de íntimo espanto que ninguna otra realidad puede inspirar. Ese sentimiento peculiar de la experiencia religiosa, y que por tanto, es diferente al natural, es el pavor numinoso, que sólo se siente ante le presencia del misterio, donde el sujeto se anonada ante lo espantoso que se experimenta. En el AT existen expresiones como “cólera de Dios”, “ira de Yahveh” y “el celo de Yahveh”, que hacen alusión al sentimiento de lo tremendo, donde el hombre experimenta un horror y espanto diferente al natural.
Segundo, el aspecto de la prepotencia (Masjestas). Otro aspecto del numen es la majestad, que hace referencia al poder, la potencia, la prepotencia y la omnipotencia. Ante este sentimiento avasallador, el sujeto se experimenta como criatura, anonadada, ceniza, como nada ante esa potencia superior. Según este aspecto del numen, el hombre religioso experimenta un sentimiento de pequeñez, de creatura, ante la majestad de aquél que está por encima de todas las cosas.
Tercero, el aspecto de la energía. Un tercer aspecto del numen lo constituye la energía. Esta energía se experimenta en la cólera y suscita expresiones simbólicas tales como: vida, pasión, esencia afectiva, voluntad, fuerza, movimiento, actividad, e impulso. Estas características en las que se muestra un Dios vivo, generalmente son ajenas al Dios filosófico o racional.
El misterium tremendum es el objeto de lo numinoso. El misterio separado de lo tremendo se puede designar con la palabra “admirable”. Por analogía con lo natural, se alude al asombro intenso, al pasmo, al quedarse con la boca abierta. El misterio religioso es lo extraño y chocante, lo que no entra dentro de lo ordinario, cotidiano, familiar o íntimo. De ahí que en su presencia se siente un ánimo de intenso asombro.
La forma de concebir el misterio ha ido evolucionando históricamente, pudiéndose señalar tres grados: lo “mirum” o asombroso, que es absolutamente heterogéneo, inaprehensible e incompresible; lo “akatalepton”, aquello que según Crisóstomo escapa nuestras categorías racionales, y que en ocasiones se percibe como paradójico, es decir, opuesto a la razón; por ultimo está la expresión extrema de lo paradójico, la antinomia, que alude a predicados que parecen estar en un antagonismo irreconciliable e irresoluble.
Lo numinoso en tanto que tremendum, es algo que nos detiene y distancia, sin embargo, lo numinoso tiene un aspecto fascinante, es decir, algo que nos atrae, nos capta, nos embarga, nos fascina. Tanto lo tremendum que nos aparta, como lo fascinante que nos atrae, forma un contraste armónico, que constituye el doble carácter de lo numinoso. En este sentido, la divinidad se nos presenta por un lado horroroso y espantable al ánimo, y por otro lado, nos atrae y nos seduce.
Este contraste armónico que constituye lo numiniso que es infinitamente horrible (lo tremedo) e infinitamente admirable (lo fascinante), Otto intenta ahora describirlo por analogía desde la categoría estética de lo “sublime”. Según Otto existe una correspondencia entre lo sublime y lo numinoso. Existe en el concepto de lo sublime algo misterioso que es común con lo numinoso. Al igual que lo numinoso, lo sublime obra en el ánimo una doble impresión: retrayente y atrayente, abate y humilla, y a la vez encumbra y exalta. Estimula un sentimiento de horror, y a la vez de felicidad.
Cuando el sujeto religioso se encuentra frente a la divinidad irrumpe en él de manera inmediata y espontánea, un sentimiento de desvalorización, que no es necesariamente moral, sino el sentimiento que él tiene de su absoluta profanidad. Frente a esta experiencia de absoluta profanidad, el numen o “ser sumo” es valorado como “Tu solus santus”, que no es aquí una categoría moral, sino que se opone radicalmente a lo puramente profano de sí mismo que constituye el sujeto. A esa reacción del sujeto ante lo numinoso, llama Otto el carácter del valor negativo numinoso, por la espontanea sumisión del sujeto al valor santísimo). Esa santidad es un valor infinito de lo numinoso, que en tanto que es un valor objetivo, ha de ser respectado por sí mismo, y es llamado por Otto, lo “semnos-augustm”. Esta expresión denota, el carácter venerable e ilustre de lo numinoso.
Ante la sensación de indignidad o no valor (valor negativo) que el profano experimenta frente al numen, por creer que él lo mancharía, se hace necesaria una consagración, es decir, una forma por la cual el que se acerque al numen se torne numinoso por el instante. Dada esta realidad surge el deseo o la necesidad de expiación, a través de la cual lo profano al entrar en el área de lo sagrado.
El sentimiento numinoso no se puede enseñar, sino que puede ser despertado, suscitado o sugerido. La forma directa de hacerlo es a través de una voz viva, con palabras en estado puro de gracia, que brotan de un corazón viviente. Además de la palabra viva, es necesario un espíritu en el corazón, es decir, hace falta la predisposición del espíritu para la escucha y aceptación.
Existen también unos medios de representar y estimular el sentimiento numinoso de manera indirecta. Entre estos se encuentran el aspecto terrible y espantoso de las imágenes o descripciones primitivas de los dioses, luego se presenta lo grandioso o lo sublime, como sustitutos de lo horrible. Estas dos expresiones indirectas atañen al elemento de lo numinoso ya mencionado, lo tremendum. Como medios de expresión del segundo elemento de lo numinoso, es decir del misterio, se encuentra el milagro. También existen medios artísticos para expresar lo numinoso, se trata de lo sublime, lo mágico, el gótico, la oscuridad, el silencio y el vacío.
En la biblia, lo misterioso caracteriza la naturaleza de Yahveh y Elohim. En el Antiguo Testamento existen varias manifestaciones de lo numinoso, algunas de ellas son por ejemplo: la aparición de Dios en la zarza ardiente, y el pasaje que dice que Moisés cubrió su rostro porque tuvo miedo de mirar a Elohim. Del mismo modo, en el NT aparece claramente expresado lo numinoso. Entre tantos ejemplos que presenta el autor de NT vamos a mencionar uno donde se manifiesta lo numinoso. Se trata de la lucha de Cristo en la noche de Gethsemani. El miedo que manifiesta Cristo no es a la muerte, sino que es el espanto de la criatura ante el misterio tremendo, ante el enigma terrorífico.
Lo santo constituye una categoría compuesta por elementos racionales e irracionales. Lo irracional alude a ese primitivo sentimiento de pavor demoniaco, que evoluciona y se convierte en devoción y posteriormente en lo santo. Por otra parte está la parte racional que tiene que ver con el proceso de racionalización y moralización de lo numinoso convirtiéndose de esta manera en lo bueno. Lo santo implica así lo numinoso y lo bueno.
Según Otto, lo numinoso irrumpe desde el fundamento cognoscitivo más profundo del alma, por tanto, no nace de la experiencia sensible. En consecuencia, lo que acontece es que las impresiones sensibles estimulan lo numinoso, haciendo que se despierte por sí mismo. De ahí que lo santo constituye para Otto una categoría a priori.
Durante la evolución de las religiones, existieron ciertas cosas extrañas tales como: los conceptos de puro e impuro, la creencia y culto de los muertos, el animismo, los hechizos, los mitos, la adoración de objetos naturales, entre otros. Estos constituyen grados previos de lo numinoso. Estas formas primerizas y toscas del pavor demoniaco, se caracterizan también por ser a priori y por no deducirse de otras. Su carácter rudo y primitivo se debe a que los diversos elementos que componen lo numinoso se presentan gradual y sucesivamente. La valoración numinosa se aplica primeramente y de modo natural a seres, objetos y sucesos del mundo exterior. El carácter primitivo de estas conmociones radica de manera general en que todavía les hace falta el proceso de racionalización, moralización y refinamiento, que se va presentado grado a grado.
Los diversos elementos, tanto los racionales como los irracionales que forman la categoría de lo santo, son a priori. La religión no se somete ni a la finalidad ni a la moralidad, ya que no vive de postulados. Del mismo modo, existe un vínculo interno entre lo racional y lo irracional de la religión, los cuales a través del tiempo han ido gradualmente mezclándose, y moralizándose lo divino.
Las manifestaciones de lo santo, no sólo acontecen en la voz interior, en el murmurar, del espíritu en el corazón, o en el sentimiento, sino que también aparece en acontecimientos, hechos y personas. De modo que existe una revelación interior y una revelación externa de lo divino. Los signos y las señales constituyen las formas exteriores en las que se manifiesta o se revela lo santo.
La facultad de conocer y reconocer lo santo cuando se manifiesta en fenómenos, es llamada por Otto, facultad divinatoria o de divinación. La teoría supranaturalista sostiene que un acto divinatorio se da cuando un proceso no puede ser explicado de manera natural, sino sobrenatural. Por su parte, Otto rechaza esta teoría surgida del racionalismo, sosteniendo que impide el acto divinatorio. Sostiene que el auténtico acto divinatorio no procede ni tiene que ver con las leyes naturales, sino que constituye un “testimonio del espíritu”, que se hace posible sobre la base de la categoría de lo santo.
La facultad divinatoria es “general humana”, es decir está en todo ser humano, pero no está en todos los hombres en acto, sino como disposición. Sólo ciertas personas tienen esa facultad en acto, sólo ellas reciben la impresión de lo supracosmico. Esto se puede ver muy claro en el cristianismo primitivo. Por ejemplo en la pesca de Pedro, en el relato del centurión de Capernaun. Esos pasajes revelan un sentimiento espontaneo que surge ante lo santo, cuando es sentido como tal. Cristo se aparecía así como una verdadera revelación de lo santo, como una intuición divinatoria.
En todas las personas existe una predisposición o receptibilidad hacia la religión, que es el espíritu. Existe una potencia grado superior a esta disposición general. Se trata del profeta, que tiene el “testimonio del espíritu”, es decir aquel que posee el espíritu en forma de voz interior, como facultad divinatoria. Sobre el profeta, existe otro grado mayor, más alto. Otto se refiere a aquel que posee el espíritu en su plenitud, y su persona y obra son objeto de la intuición divinatoria, manifestación de lo santo. Ese que está en un grado más alto es el Hijo, Jesucristo.
Referencia bibliográfica:
OTTO, Rudolf: Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Tr. de F. Vela, Alianza Editorial, Madrid, 1980, [1ª ed. de bolsillo], 230 pp.

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